lunes, 30 de noviembre de 2009

*Infimos urbanos



es peculiar
que se calle alguien
y broten tantos silencios..



Noche de rock n' roll

*Mi vía de escape.

domingo, 15 de noviembre de 2009


* Visita polar a Berlín

Porque hay muros que quedan marcados...
...tanto...
como el de una misma.

domingo, 8 de noviembre de 2009

La era del plástico


¿Te imaginas que nos tocara ver la llegada de una civilización conquistadora y descubriéramos que lo que más les interesa es apoderarse de nuestro plástico? ¿Que pudiéramos descubrir que hemos vivido en el error y que el sueño de tantas generaciones de alquimistas de fabricar oro fue inútil? porque el verdadero material inmutable y perdurable es el plástico y no nos habíamos dado cuenta? Sería una broma verdaderamente de mal gusto.

Pero no hay duda de que somos la generación de plástico. Y al parecer, también hemos querido "plastificar" nuestro mundo emocional, lo hemos querido envolver en un paquete de infingimiento y vacío, así como empaquetamos la carne en los refrigeradores. Sabemos que los futuros antropólogos van a determinar los años de antigüedad de las excavaciones por la cantidad de plástico acumulada bajo la superficie!
Espero que los números no sirvan para marcar el inicio de una etapa necrológica.


Optimismo pobre


....Darse cuenta de que uno era mejor persona cuando tenía menos....

sábado, 7 de noviembre de 2009

En tres minutos


Miré a mi alrededor, no había escapatoria posible!

Los muros eran sólidos, macizas masas de roca de un mentro de espesor. Tras ellas, otro metro más de durinio, directamente traído de las minas de Júpiter, descartaba toda posibilidad de salir por ahí.
El techo, una gruesa placa de acero, de cincuenta centímetros de espesor, flotaba a diez centímetros de mi cabeza.

Revisé los bordes de mi cámara de suplicios para ver si había alguna alternativa, algún modo de escapar de una muerte segura y horrible.
En todo el perímetro de la habitación circular, de sólo un par de metros de diámetro se ubicaban los proyectores láser, delgados lápices cromados que al ser activados cortarían carne, hueso y metal como si fuera una barra de gelatina. Conté setenta, en todo el perímetro, hasta que me aburrí y concentré mi atención en otros temas.

En el centro estaba la mesa, similar a una camilla, anatómica (como si a quien estaba por morir le pudiera molestar la rigidez del metal bajo su espalda), con infinidad de jeringas, instrumentos y monitores. Siempre he dicho que no hay nada tan útil como un monitor de computadora que con todos sus gráficos y señales te dice: "Usted está muriendo exitosamente" o "Muerte completa en un 78%, espere por favor..."

Pero la camilla era sólo una formalidad. La dejaron instalada por si sucumbía al pánico y decidía morir rápidamente, de un modo indoloro, antes de ser despedazado sin misericordia por los láser de las paredes.
Sigamos con lo nuestro. Las paredes quedaban descartadas y el techo también; me arrodillé y comencé a palpar las juntas del piso. Una de las baldosas de cerámica estaba floja; logré introducir la punta de una pequeña navaja y la levanté. Debajo encontré un segundo piso, metálico, tachonado con infinidad de pequeños orificios, de un par de milímetros de diámetro.
Me acerqué a ellos un poco más para tratar de descubrir su finalidad y mi olfato me brindó la respuesta. Gas. No pude distinguir cual, pero eso era irrelevante. Intuía su cometido. Estaba en un crematorio amoblado.
Miré el reloj de la pared. Faltaban solamente dos minutos para la hora indicada. Debía decidir, rápido. Se me ocurrió una idea brillante. Según las indicaciones, los líquidos de la camilla deberían acabar con mi vida en tan sólo sesenta segundos, así que comencé los preparativos deseando llegar a tiempo.

La sonda se insertó en mi brazo casi como si hubiera estado esperando el momento. La frialdad de la aguja me sobresaltó y el dolor fue bienvenido, "si te duele es señal de que estás vivo".
Abrí la primera válvula,. Sin demorar un segundo abrí la segunda, y esperé lo inevitable, con esperanza.
Mi brazo comenzó a congelarse y quemarse, alternadamente, al compás de mi corazón. Cada bombeo era una aguja al rojo que se insertaba en mi carne, seguida de un frío glacial que lo único que lograba era amplificar mis sensaciones.

Miré el reloj, no iba a llegar a tiempo. Me faltaban al menos cuarenta segundos y el reloj ya marcaba cero.
Lo de los láser fue maravilloso, casi como una coreografía. Todos apuntaron al centro de la habitación circular y comenzaron a alejarse, lenta y simétricamente. El primero tocó mi pie cuando en los monitores de la camilla aún faltaban treinta segundos.
El común de la gente cree que las heridas de láser no sangran, porque la temperatura encoje las venas. Es medianamente cierto. Pero también es cierto que el calor hace hervir la sangre y en las venas más grandes no hay tiempo de que la herida cicatrice. Resumiendo, la habitación no estaba quedando muy presentable luego de los primeros impactos.
Hubo algo que me sorprendió: nunca pensé que un haz de luz tuviera peso. Pero cada uno de los impactos se sentía como un martillazo, en mis piernas primero, subiendo lentamente, hacia mi pecho.

Mi vista se nublaba, no sé si por las microscópicas gotas de sangre que flotaban en el ambiente o porque los líquidos de la camilla estaban comenzando a surtir efecto.
Era el momento adecuado para un final a toda orquesta. Y el maestro de ceremonias lo hizo de manera magistral. El piso completo se encendió con una llama azul, hermosa, que danzaba alrededor de la camilla. Apenas pude atisbar el reloj que marcaba cero.
Era maravilloso estar rodeado de llamas y que mi cuerpo se comportara como si fuese un témpano de hielo. Alcancé a vislumbrar jirones de carne que caían de mis miembros, dejando al descubierto los huesos que pronto serían limpiados por las llamas. Casi podía escuchar mi corazón esforzándose por bombear vida a cada rincón del torturado cuerpo.
El tiempo se acababa; parecía que esta vez sí había cubierto todos los detalles. Cerré los ojos, buscando la paz de la oscuridad eterna. Pero duró poco, sólo hasta que el increíble calor quemó mis párpados y me dejó mirando al núcleo de un sol ardiente. Luego el tiempo se detuvo. No sé cuánto permanecí en esa situación.
Entonces me di cuenta: algo estaba funcionando mal. Aún sentía el dolor. Pero era imposible sobrevivir a la cámara de las torturas. ¿Qué diablos estaba pasando? ¿Era eso normal? Honestamente no lo sabía, no había muerto nunca antes.
Las brumas se disiparon y me mostraron los calcinados despojos que habían sido mi cuerpo. Jirones de carne chamuscada se desprendían de los huesos para dar paso a nuevos tejidos, rosados, sanos.
Oí un ruido conocido y clavé las inexpresivas cuencas de mi calavera en el techo, que comenzaba a abrirse.
La nave de seguridad flotaba sobre la instalación de exterminio emitiendo sólo el leve zumbido que las hacía tan pintorescas. Como un gigantesco moscardón dorado. Me quedé absolutamente quieta..
Desde ahí arriba no podían suponer que el horrible despojo sobre la camilla estuviera vivo.
Me levanté lentamente. No es fácil moverse con músculos tan delgados como hilos. Me iba a llevar mucho tiempo sanar esta vez, pero casi lo había logrado.
La frustración me invadió nuevamente. Levantando una huesuda mano maldije al cielo vacío.
—¡Idiotas! ¡Estúpidos incompetentes! —Hay que reconocer que soy habilidosa; es muy complicado maldecir coherentemente sin un buen par de pulmones. —¡Estamos en pleno siglo XXVII y aún no han descubierto como matar a una vampira!
Las puertas de la cámara se habían abierto para los equipos de limpieza que no tardarían en llegar.
Salí lentamente; tenía que buscar un lugar para descansar un par de siglos. Quizás en el año 10000 alguien sepa cómo brindarme el descanso eterno que anhelo